Antonio Padrón Rodríguez nació, vivió y murió en Gáldar.  Pintor, escultor, ceramista, compositor,... su existencia transcurrió en una íntima simbiosis con su tierra y con su gente. La tierra y la gente de su alrededor no fueron sólo la tierra y la gente que él llevó a sus cuadros y las que dieron razón de ser a su arte: constituyeron también el mundo al que el artista estaba unido vitalmente. Su aspiración a un arte genuino, alejado de toda influencia, y su carácter solitario, dan a su obra una singularidad especial dentro de la plástica canaria de S XX.

Padrón fue un pintor incapaz de someterse por completo a una influencia determinada. Su concepto de libertad, la arraigada confianza en sí mismo, le hacía enjuiciar las manifestaciones pictóricas, adoptar algunas como período de ensayo, de prueba y dar su opinión definitiva tras el resultado de un análisis personal.

Es evidente la influencia de Picasso en las obras de 1956 en adelante para la mayoría de los críticos del pintor canario. Pero Antonio no acogió el Cubismo en su plenitud. Se valió de él como medio de ordenación y regulación en sus escenas. Por encima de todo esto imperaba una finalidad, a la que sometía los diferentes influjos: la representación veraz, explícita del mundo aborigen. Si escogió el geometrismo cubista fue debido a la asociación que podía esbozarse entre el arte primitivo y aquél, originando la conexión entre pasado y presente.

Antonio Padrón fue el "cantor pictórico del campo grancanario". Todo aquello que recogía en sus manos sufría un proceso de "canarización" antes de incorporarse al cuadro, pues buscaba un lenguaje propio y en estos términos su decisión era rotunda. La agresividad no se adueña del ambiente, pero la súplica supone una honda emotividad. El autor no soportaba las tensiones violentas, la réplica airada, de ahí que sustituyera la sublevación por una actitud implorante en los personajes aquejados por la tragedia de la sequía, la enfermedad y la muerte.