La pintura de Antonio Padrón se inserta dentro de la concepción indigenista, ciclo iniciado por los artistas de la Escuela Luján Pérez en 1917. Propugnan la revalorización de los elementos del arte autóctono, y en todo caso crearlo a partir de las propias exigencias expresivas del paisaje y tipos de la isla. Pintores y escultores que habían recibido enseñanza en dicha Escuela (Felo Monzón, Jesús Arencibia, Jorge Oramas, Plácido Fleitas, Santiago Xantina) regaron los primeros y sorprendentes acercamientos bajo esa perspectiva al universo pictórico que les mostraba la isla.
La Escuela Luján Pérez, que comenzó a funcionar en Las Palmas en 1917, surge con una concepción muy especial de entender las enseñanzas artísticas. Según su fundador Domingo Doreste , nace como “un laboratorio de arte” y con una innovadora idea pedagógica: estar concebida como "un consorcio espontáneo entre maestros y discípulos", los primeros debían intervenir sobre los segundos sólo en calidad de orientadores, sin presionar sus disponibilidades y gustos; los profesores resolverían los problemas técnicos de los alumnos, ampliarían su perspectiva cultural, pero no coartarían sus iniciativas formales, ni las direcciones que éstas tomaran. Según Lázaro Santana, es “una especie de institución libre de enseñanzas artísticas” que, en líneas generales, coincidía con el utilizado en diversas academias europeas y o con ideas similares a las que habían dado origen a las Escuelas de pintura al aire libre mejicanas, y que había llevado a los artistas canarios la necesidad de revalorizar el arte autóctono, y en todo caso la de crearlo a partir de las propias exigencias expresivas de paisajes y tipos de la isla. Bajo estas premisas se fraguó un vivero de artistas cuyo impulso creativo no tiene parangón en el arte canario.