Paisaje con aulaga, 1965

Óleo, arena y papel sobre táblex. 150 x 164,5 cm.

Una mujer despide a su marido, que se hace a la mar. Grandes gaviotas revolotean alrededor de la barca invisible. Una estrella de mar y corales (confundidos con aulagas, de ahí el título de la obra) indican la profundidad del océano. Óleo, arena y papel sobre táblex. Esta pieza, al igual que Composición Canaria, estaba destinada a una residencia hotelera en Las Palmas. El reflejo verde que inunda a la mujer podría estar aludiendo al fenómeno óptico “El rayo verde”. Este fenómeno consiste en el último rayo de luz que emite el sol al ponerse por el horizonte, sólo algunos días, por muy pocos segundos, al atardecer es posible disfrutar de este color tan especial. Existe un relato de Julio Verne con ese título, en se relato cuenta la historia de una chica inglesa, que al igual que Antonio, es huérfana y vive con sus tíos. Estos quieren que se case, pero ella no está dispuesta a hacerlo hasta que no pueda ver “El rayo verde”, ya que según la leyenda que las personas que lo ven podrán reconocer al verdadero amor de su vida. 

Bodegón con jareas, 1966

Óleo sobre táblex. 60 x 91,5 cm.

Las jareas desdobladas que el pintor utiliza muy frecuentemente en distintos contextos, aparecen aquí junto a unas botellas muy estilizadas – recurso clásico de los bodegones-. Ambos elementos se insertan en un riguroso esquema compositivo que valora su color y forma excediendo la significación local. Nos encontramos en un interior con una ventana donde no se evidencian las limitaciones dentro/fuera, sino que ambos espacios devienen en uno, donde las casitas y la tierra son la ventana misma. La ventana renacentista ha sido olvidada, y se deja paso –salvando las diferencias formales- a la ventana de Matisse. El pintor logra una adecuación perfecta entre color y forma; y no sólo en cuanto a la relación mutua entre ambos elementos, sino también en atención a su servicio como símbolos de la realidad y de las condiciones anímicas del artista. Una ligera nostalgia envuelve el conjunto. Probablemente  Antonio vivió momentos en los que imperaba este sentimiento, ya que a menudo evoca el pasado. El hálito poético que trasmitía a su obra venía dado por el recuerdo, cuya tristeza apenas sugerid, podría formar parte de su personalidad. 

Piedad, inacabado 1968

Óleo sobre táblex. 116 X 79 cm.

La representación de la escena dramática sólo abarca dos personajes: la madre, desgarrada de dolor, el hijo muerto. Los brazos de la mujer rodean el cuerpo deslizante, sin vida, en un desesperado esfuerzo. Existe una combinación de líneas faciales pues, si el hombre dirige su rostro a lo alto, de perfil, continuando el trazo en forma de media luna, la mujer mira al frente, y presenta una geometría triangular. Imprimación en grises, ocres amarillos y toques de violeta.

Carece tanto de inscripciones como de marco. La obra quedó en el caballete, inconclusa, cuando la muerte sorprendió al pintor en 1968.

La mujer siempre presente en la obra de Padrón, desde el nacimiento hasta la muerte. Una mujer (María) muestra un rostro de absoluta desolación ante la muerte de su hijo (Cristo). La casualidad, el destino o, tal vez… Dios, quiso que Antonio Padrón estuviera pintando la muerte de Cristo cuando le sobrevino la suya y nos dejó la “magua” de las obras que quedaban por venir.